Algunas personas piensan que de las
cosas malas y tristes es mejor olvidarse. Otras personas creemos que recordar
es bueno; que hay cosas malas y tristes que no van a volver a suceder
precisamente por eso, porque nos acordamos de ellas, porque no las echamos
fuera de nuestra memoria.
No es una historia fácil de contar
justamente por eso, porque nosotros mismos fuimos protagonistas, porque lo que
pasó nos pasó a nosotros y no a otras personas, porque son cosas que vimos con
nuestros ojos, que vivimos en nuestro cuerpo.
El 24 de marzo de 1976 hubo un golpe
de Estado.
Un golpe de Estado es eso: una
trompada a la democracia. Un grupo de personas, que tienen el poder de las
armas, ocupan por la fuerza el gobierno de un país.
Toman presos a todos: al Presidente,
a los diputados, a los senadores, a los gobernadores, a los representantes que
el pueblo había elegido con su voto, y ocupan su lugar. Se convierten en
dictadores. Se sienten poderosos y gobiernan sin rendirle cuenta a nadie.
Aunque, por supuesto, como no les
gusta que los vean como a ogros, siempre explican por qué dieron el golpe. Por
lo general dicen que es para "poner orden" en un "país
desordenado". Sólo que ponen las cosas donde a ellos les conviene. Como no
creen en la democracia, tampoco creen en la opinión de las personas. Son tan
soberbios que consideran que los únicos que saben lo que le hace falta al país
son ellos y nadie más que ellos. Pero como en realidad no saben, y tampoco
tienen costumbre de pensar ni de reflexionar demasiado, terminan haciendo
estropicios y siempre pero siempre dejan al país un poco o mucho peor de cómo
estaba.
En esos casos, las Fuerzas Armadas,
que recibieron las armas para defender a los ciudadanos en caso de ataques
extranjeros, las usan para golpear la democracia.
Y ciertos grupos de civiles -los que
no tienen ningún interés en los gobiernos democráticos- los incitan, los apoyan
y los aplauden.
En la Argentina hubo varios golpes de
Estado antes del que vamos a contar aquí. (...) No fueron todos iguales, ni se
produjeron en iguales circunstancias, pero todos desconocieron la Constitución,
todos fueron un mazazo a la democracia. Y los argentinos, atontados con tanto
golpe, terminamos pensando que era más o menos normal que cada tanto llegaran
unos tipos con tanques y ametralladoras y se instalaran en la Casa Rosada.
Pero ninguno de esos golpes puede
compararse con el que recordamos hoy, (...) Lo de 1976 y lo que sucedió después
fue lo peor que nos haya pasado jamás en toda nuestra historia. (...).
Esta vez las Fuerzas Armadas en su
conjunto se habían puesto de acuerdo para cortar de un hachazo el sistema
constitucional. El "Órgano Supremo" que se hizo cargo del gobierno -a
los golpistas les encantan las palabras altisonantes- era una Junta: estaba
integrada por un general -Jorge Rafael Videla-, un almirante -Eduardo Emilio
Massera y un brigadier -Orlando Ramón Agosti-.
Los tres de perfecto acuerdo, los
tres detrás de un único objetivo -o al menos era eso lo que decían en los
discursos-: derrotar a la subversión, aniquilar la guerrilla.
(...) Como militares que eran lo
militarizaron todo e hicieron que los civiles nos sintiéramos soldados. El país
entero se convirtió en un gran cuartel, y en los cuarteles, ya se sabe, hay
mucho grito y poca oreja: órdenes, consignas, y la sociedad, calladita,
obediente, y sin poder hacerse oír. Más que gobernar mandaban, decretaban,
vigilaban, censuraban, acallaban, recortaban, uniformaban todo. (...)